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Carta al Gran Padre Invierno—Lyuthred—Horda


Lyonn

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Shorel'aran, honorable Padre. Espero que os encontréis adecuadamente mientras descansais de las últimas navidades en compañía de ese asqueroso ejército de muertos que habita Rasganorte. Espero que vuestras relaciones con ellos no sean demasiado cercanas, puesto que me planteo exterminarlo. Disculpad, me he alejado del tema.

 

Mi llegada a Azeroth ocurrió hace poco menos de un año, aunque de alguna manera sigo siendo igual de manco que el día en que llegué. He surcado a lo largo y ancho de este mundo, visitando la fría belleza de Cuna del Invierno, o el asquerosisimo desierto de Silithus. Varias veces me he retorcido sentado sobre mi montura, con la piel de gallina, al ver esos apéndices insectoides enormes que salen de la tierra moverse. He visto las exuberantes selvas de Tuercespina, mientras desmembraba uno o dos trols malolientes; y limpiado los estrechos tuneles situados en las Profundidades de la Montaña Rocanegra de esos enanos color hierro negro. Ah no, espera, que así se llamaban. Ya sabía yo que era por algo.

 

Bajé a las profundidades de los infiernos a enfrentar al Señor del Fuego Ragnaros, me sumergí entre hordas de qiraji para cercenar el purulento ojo del dios antiguo C'thun, viaje a otro mundo para acabar el reinado de terror de Illidan el Gujas Locas y hace poco comencé mi aventura a través de los no muertos en Corona de Hielo, dispuesto a acabar con Arthas.

 

He tenido mis momentos de extremada modestia en los que, con mi increíble solidaridad y dispuesto a ayudar a mis compañeros en Azeroth, cree varias guias para ayudarles en sus aventuras, y así no andarán en terrenos cenagosos sin conocerlos. He conseguido nuevos acompañantes, monturas, y apariencias que me permiten lucir super chachi entre toda la turba de indigentes que recorre Dalaran sin el más mínimo estilo. Como si la transfiguración no existiera.

 

Pero a pesar de haber visto tanto, he vuelto a Lunargenta, y he notado nuevamente que es la ciudad más hermosa de Azeroth, no como esos armatrostes burdos construidos por humanos. Deberíamos darles algunas clases de arquitectura en nuestra ciudad. Bueno, eso sí suponemos que no tratamos de sacarnos las vísceras, cosa en la que obviamente saldría victorioso.

 

En resumen, querido padre, que este año me lo he pasado bomba, aunque a mis camaradas les ha pasado factura el hecho de que los manipule todos los días para hacer mazmorras de épocas antiguas para verme aún más divino de lo que ya soy mientras destripo demonios y cosas así.

 

Creo que para ellos fue especialmente chocante cuando trate de abrazar a Baltharus en el Sagrario Rubí; pero no pueden culparme. Obviamente tuve la necesidad de saludarle antes de comprobar quien tenía una lanza más grande. El crítico de 42 mil de daño que me hizo me llevo a darme cuenta que yo, pero por muy poco.

Aunque fue una lastima que luego tuvieran que buscar la mitad superior de mi cuerpo, que había caído dentro de un árbol para volver a juntarlas con magia. Para mi suerte no quedo cicatriz, pues he usado una crema que compre a un pequeño simio verde en Tanaris (creo que los suelen llamar "goblins") y además una pasta que me vendió un simio mas grande pero del mismo color en ese cuchitril de cerdos rojo que hay en Durotar. Orgrimmar, le decían.

 

Bueno padre, perdonad la extensión de esta misiva, pero pienso que os alegrareis de recibir tan larga carta de alguien de tan alta alcurnia como yo. Os agradecería que me otorgaseis en vuestra gracia un gorrión rojo y grande, herencia de nuestro príncipe Kael'thas, el único con un cabello más brilloso que el mío. Así que con la humildad que me caracteriza, os solicito, como regalo en este Invierno, las Cenizas de A'lar. Al diel shala. Un saludo,

Lyuthred, Gran Paladín de Lunargenta.

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